Aquellos años felices
por Mijal Bloch
Una película cuya protagonista es una casa, y la banda sonora, el zapping de la TV. Dos hermanos que se refugian en la habitación más fresca. Hablan el día a día, el gran mundo allá afuera, cada vez más aciago y violento.
En palabras del director: “la casa de Galván, sin Galván.”
Sin la pesadez de un diálogo melodramático. Absoluta pureza, en este universo derruido y sutil.
Y así habita el tiempo.
El borde de los cuadros parece caerse en las paredes derruidas, una cortina que apenas deja pasar la luz. No hay violines ni guitarras. Los personajes transcurren como en una pintura oscura de Vermeer o un cuadro luminoso de Caravaggio. Pobreza y amistad. Amor, y que sea lo que se pueda. Los chicos juegan en el nido, la abuela mira y asiente, el hermano mayor pelea por teléfono con su ex mujer: sale algunas noches, a escrutar la nada del barrio.
Al costado y en guardia, una madre-hermana, la verdadera resistencia frente a la degradación. Ella, entrañable, un personaje de esos que te putean con una sonrisa franca.
Los actos cotidianos no tiene un plano de sobra, una nota musical. Pieza tras pieza, se construye el retrato de un presente continuo y aislado, refugio sin patriarca, pero además, real de un problema que hiere fuera de pantalla.
¿Cómo construir un relato de la pobreza y la injusticia social sin ser panfletario? El último film de Perrone halla la ironía en el contracampo: la abuela escuchando en el noticiero que nadie debe preocuparse por el futuro económico de los hijos del rey del pop.
En palabras del director: “la casa de Galván, sin Galván.”
Sin la pesadez de un diálogo melodramático. Absoluta pureza, en este universo derruido y sutil.
Y así habita el tiempo.
El borde de los cuadros parece caerse en las paredes derruidas, una cortina que apenas deja pasar la luz. No hay violines ni guitarras. Los personajes transcurren como en una pintura oscura de Vermeer o un cuadro luminoso de Caravaggio. Pobreza y amistad. Amor, y que sea lo que se pueda. Los chicos juegan en el nido, la abuela mira y asiente, el hermano mayor pelea por teléfono con su ex mujer: sale algunas noches, a escrutar la nada del barrio.
Al costado y en guardia, una madre-hermana, la verdadera resistencia frente a la degradación. Ella, entrañable, un personaje de esos que te putean con una sonrisa franca.
Los actos cotidianos no tiene un plano de sobra, una nota musical. Pieza tras pieza, se construye el retrato de un presente continuo y aislado, refugio sin patriarca, pero además, real de un problema que hiere fuera de pantalla.
¿Cómo construir un relato de la pobreza y la injusticia social sin ser panfletario? El último film de Perrone halla la ironía en el contracampo: la abuela escuchando en el noticiero que nadie debe preocuparse por el futuro económico de los hijos del rey del pop.
1 comentario:
Hola raul, soy marcelo ramos, un seguidor tuyo, y me perdi los actos cotidianos pues estuve fuera cuando el Bafici, no soy muy ducho tampoco con esto de la pc, y quisiera saber si se va a pasar en otro lado, o cuando podre verla
gracias por todo, te admiro y respeto
marcelo
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