El cine independiente / Raúl Perrone


¿Qué puedo decir sobre el cine independiente que no se haya dicho? Recuerdo que me gustaba leer en diarios y revistas la palabra “indie”. Sentía que quería hacer películas con el mismo espíritu que los músicos que hacían rock en un garage...

Hoy, unos catorce años después, me causa un poco de gracia leer que hablen de algunas películas diciendo que son “ independientes”, cualquiera dice que hace cine independiente y no tiene el mismo valor que antes, Son rótulos que se ponen, como “cine de culto”, el Dogma o la estupidez del momento. Son pretextos para poder escribir y hacer notas, pero el chiste se agota y al final no quiere decir nada. La palabra “independiente” está absolutamente vapuleada y no sé si siquiera genera respeto. En definitiva, creo que uno tiene que hacer lo que tiene ganas y la independencia es eso, hacer lo que uno tiene ganas, lo que uno quiere y puede sin limitaciones. El resto es marketing.

Muchos dicen que hacen cine independiente y lo hacen con un montón de plata, ¿entonces cuál es el límite? Porque la independencia a esta altura del partido no tiene nada que ver la plata., La independencia esta en la cabeza,esta en uno.

Hacer cine independiente ha cambiado mucho. Está muy bien que la tecnología vaya derribando mitos, aunque algunos se dieron cuenta un poco tarde. Pero bienvenidos todos al paraiso digital, (ja) al del video

... además, en definitiva, ¡la gente no sabe lo que es el cine independiente! Uno no le pregunta al vecino si vio algo de cine independiente. La gente no habla en esos términos, como los cinéfilos,criticos o intelectuales. La gente habla de películas buenas, o malas, y punto.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Graciadió hoy en Brasil


Daqui a pouco: "Graciadió" no III FIIK! Às 18h, no Casarão de Cultura de Rio Claro.

A história de um grupo de garotos do subúrbio ao redor dos 20 anos. Zanzam pelo bairro, assistem filmes, escutam rock. Não acontece nada, mas acontece de tudo, e eles estão praticamente sozinhos no mundo. Assim como há outro sonho americano, há outro sonho argentino.

martes, 22 de noviembre de 2011

Restrospectiva a Raúl Perrone en Brasil: Flyer

SEM, nuevo corto de Raúl Perrone

De: Proyecto de Películas de Autor


Sem, fue hecho con algunos planos que ya tenia, y otros que hice para terminar el corto.

Fotografia / camara / sonido / edicion / raul perrone / mariano pattini

Pos.- producion de sonido / juan litrica / musica / Florencia ruiz.

Con / Soledad aguilera / emanuel sosa / maria galvan / nico ojeda / Rodrigo aguilera

SEM / Forma parte de un proyecto llamado '' QARTOS ".

¿Por qué quiero filmar?

¿Por qué quiero filmar? ¿Para qué seguir filmando? Son preguntas que me hago a diario…

Por Raul Perrone

Y siempre llego a lo mismo, porque sí, para seguir contando.

¿Y por qué carajo seguir contando? Si siempre digo: ¿esta va a ser la última?

Y ya estoy pensando en otra, y mil veces me puteo y mil veces me seguiré puteando.

Nunca pienso en fundaciones, ni en concursos. En nada, simplemente salir a filmar, pero ¿para qué? Si yo no tengo nada que ver con esto, ni siquiera gano guita, – al contrario- y no sé cómo se hace, ganar guita, digo.

No tengo nada que ver con este mundo, cada vez me importa menos este circo que rodea al cine. Pero quizás quiera dejar un documento, tampoco estoy muy seguro.

Igual sigo pensando para qué filmo, para qué sigo haciéndolo y no sé por qué carajo no puedo dejar de hacerlo.

Mientras espero el estreno de Triptico hice Sem. Un corto que fue hecho con algunos planos que ya tenía y otros que hice para terminarlo.

Fotografía / Cámara / Sonido / Edición: Raúl Perrone / Mariano Pattini

Pos- producción de sonido: Juan Litrica

Música: Florencia Ruiz

Con: Soledad Aguilera / Emanuel Sosa / María Galván / Nico Ojeda / Rodrigo Aguilera

sábado, 15 de octubre de 2011



"Siempre pienso lo mismo despues de una charla, si 4 o 5 , pibes /as salen de ahi con ganas de hacer peliculas, lo q les dije tiene sentido"

domingo, 12 de junio de 2011

El viernes comenzó la retrospectiva a Raúl Perrone en Tijuana


Nelson Carro, subdirector de Programación de la Cineteca Nacional, ofrecerá la conferencia Conociendo a Raúl Perrone, el miércoles 8 de junio en la sala de video del CECUT. La conferencia servirá de marco para la proyección de una retrospectiva de este cineasta argentino, la cual se desarrollará del viernes 10 al sábado 18 de junio.

Tijuana-BC Junio 7 de 2011


-Cecut-


Una semblanza biográfica del cineasta argentino Raúl Perrone, considerado una figura tutelar de las nuevas generaciones del cine independiente en Argentina, así como la presentación de su obra, ilustrada con fragmentos de sus películas y algunas entrevistas, serán parte de la conferencia Conociendo a Raúl Perrone, que este miércoles 8 de junio impartirá Nelson Carro, subdirector de Programación de la Cineteca Nacional, a las 7:00 p.m. en la sala de video del Centro Cultural Tijuana.

La conferencia servirá de marco para la proyección de una retrospectiva de este cineasta argentino, la cual se desarrollará del viernes 10 al sábado 18 de junio en la sala de video del recinto cultural. La retrospectiva abarca más de una década de trabajo del cineasta argentino, pionero del cine independiente en su país.

Raúl Perrone se define como un contador de historias minimalistas que gusta de recrear ficciones con la gente de su pueblo natal: Ituzaingó, localizado en las inmediaciones de Buenos Aires.

Su cine es calificado como meramente contemplativo, en donde sus protagonistas son los planos largos y estáticos al servicio de anécdotas mínimas y cotidianas. Prueba de ello son películas como Graciadió (1997), Late un corazón (2002), La mecha (2003), Ocho años después (2005), Tarde de verano (2006), Nosotros dos (2006), Canadá (2006), La navidad de Ofelia y Galván” (2007), Bonus Track (2008), 180 grados (2008), Luján (2009) y Los actos cotidianos (2010).


Nelson Carro considera a Perrone un cineasta que gusta de trabajar de manera alternativa y marginal, a quien le encanta retratar aspectos minimalistas de aspectos cotidianos, alejado de los apoyos de la industria.

Comenta además que Perrone gusta de hacer historias minimalistas en Ituzaingó, su pueblo natal, donde tiene como actores a su familia, a sus vecinos y amigos, pues no le gustan los profesionales, ya que considera más creíble el trabajo de los amateurs. “Sus películas son una muestra de que es posible hacer cine sin grandes presupuestos ni figuras”, expresa.

Nelson Carro es subdirector de Programación de la Cineteca Nacional desde 2007. Antes fue crítico de cine, durante más de 30 años. Ha publicado críticas en el semanario Tiempo Libre (hasta la fecha), en el periódico Unomásuno, y en la revistas Cine, Imágenes y Dicine.

Ha impartido cursos de cine en diversas universidades e instituciones, como la UNAM, la Universidad Iberoamericana, la Universidad Anáhuac y el Centro de Capacitación Cinematográfica, entre otras.


Ha participado en diversos libros colectivos y publicado en forma indivual El cine de luchadores (México, 1983) y Alfredo Ripstein. Churubusco Babilonia (México, 2006).

En su papel de crítico cinematográfico ha sido invitado a festivales internacionales en México, Argentina, Colombia, Perú, Cuba, España, Francia y Alemania.

El programa de la retrospectiva cinematográfica de Raúl Perrone, a proyectarse en colaboración con la Cineteca Nacional, es el siguiente: el viernes 10 Graciadió (1997), el sábado 11 Late un corazón (2002) y La mecha (2003); el domingo 12 Ocho años después (2006) y Nosotros dos (2006), el lunes 13 Tarde de verano (2006), el martes 14 La navidad de Ofelia y Galván, el miércoles 15 Canadá (2007), el jueves 16 Bonus Track (2008), el viernes 17 180 grados (2008), el sábado 18 Luján (2009) y Los actos cotidianos (2010).

Las funciones de lunes a viernes serán a las 7:00 p.m. y el sábado y domingo a las 5:00 y 7:00 p.m., en la sala de video. El boleto de entrada tendrá un costo de $21.00 m.n.

Retrospectiva Perrone en Perú: Late un Corazón


Doce películas forman el conjunto de la retrospectiva, la primera dedicada al cineasta argentino en el Perú. Un acercamiento a la trayectoria de uno de los creadores cinematográficos más irreductibles de esta parte del mundo. Con ustedes, Raúl Perrone en el Lima Independiente Festival de Cine.

Graciadió, 1997.

La historia de un grupo de jóvenes veinteañeros de los suburbios de la ciudad de Ituzaingó. Muchachos que deambulan por el barrio, ven videos o escuchan rock en un entorno social marcado por la crisis económica, la soledad y la incomprensión. Son los mismos personajes que el director ya había llevado al cine en Labios de churrasco (1994). Ituzaingó, a unos pocos kilómetros de Buenos Aires, es la ciudad donde nació y vive Perrone, donde filma y donde transcurren la casi totalidad de sus películas.


Late un corazón, 2002.

El anciano don Galván, de 83 años, cumple 55 años de casado y trata de reunir a toda la familia para ese día. Perrone registra momentos cotidianos y nada grandilocuentes: don Galván moviendo la antena del televisor o quemando hojas, o su nieta tiñéndole el cabello a la madre. Al quedarse sin su trabajo como dibujante en el diario El Cronista, Perrone se encerró en casa de sus suegros con una cámara digital prestada y, a solas, sin fotógrafo ni sonidista, hizo está película cruda y muy personal.


La mecha, 2003.

Don Galván, un jubilado de 85 años, vive con su esposa en una modesta casita. Una fría mañana, al levantarse, descubre que su vieja estufa de petróleo se ha quedado sin mecha. Intenta arreglarla, pero le hace falta el repuesto. Decidido a la tarea, sale en busca de la mecha, e inicia así un viaje en el que descubrirá que su mundo ha cambiado. La mecha participó en los festivales de Montreal, San Sebastián, San Diego, Toulouse y Friburgo, donde obtuvo el Premio Especial del Jurado.


Ocho años después, 2005.

Graciadió va estrenarse en Ituzaingó y la función va a reunir a Violeta Naón y Gustavo Prone, sus protagonistas, que no se han vuelto a ver en los últimos ocho años. Perrone aprovecha la oportunidad para hacer otra película, Ocho años después, historia de esos dos actores y su reencuentro. Para conservar la verdad de este nuevo encuentro entre Violeta y Gustavo, Perrone filmó toda la película con tomas únicas, sin repetir ninguna. Una de ellas un largo plano-secuencia de 25 minutos.


Tarde de verano, 2006.

Gabriel es un muchacho de Ituzaingó que trabaja en una tienda de discos. Rieko, una joven japonesa que se dedica a fotografiar insectos. La cultura y el idioma los separa; sin embargo, cuando ambos se encuentran por accidente, se sienten atraídos y, a pesar de sus padres, se enamoran. Esta fresca historia de amor juvenil está narrada por Perrone en términos exclusivamente visuales, sin diálogos, a excepción de unas breves conversaciones en japonés, y con un sentido del humor que remite a la comedia muda.


Nosotrosdos, 2006.

Dos hermanos comparten la misma casa y la convivencia entre ellos no es sencilla. No es mucho lo que platican, en general, sólo cosas triviales. Él se emborracha, ella está de mal humor, y aunque nada está muy explicado, la situación va creando una atmósfera ominosa. Algunas escenas importantes se oyen, pero no se ven; otras, son contempladas por un grupo de amigos, vecinos de los hermanos. El espacio fuera de campo está manejado por Perrone con mucha habilidad.


Canadá, 2006.

El tierno amor entre Heber, un muchacho chino que vive en Buenos Aires, y Jaqueline, una chica de los suburbios. Ella lo cuida, lo protege y le sirve de traductora, aunque él ya tiene tres años en Argentina y habla bastante bien el español. Sobre esa felicidad se cierne una sombra: Heber quiere volver a emigrar, para encontrar a su hermana en Canadá. Historia de amor en dos tiempos: uno contemplativo, con los amantes perdidos en su amor juvenil; otro más duro, amenazado por el fantasma de la separación.


La navidad de Ofelia y Galván, 2007.

Es 24 de diciembre por la mañana. En su casita humilde, de puertas y ventanas abiertas, por el calor, Ofelia y Galván esperan la llegada de la Navidad, como todos los años. Ni Ofelia ni Galván oyen bien, ni registran todo lo que sucede. Viven en su propio mundo y tiempo, con la misma cadencia de su mascota: una tortuga. Después de Late corazón y La mecha, Perrone vuelve a la familia de Nicéforo Galván. Lo hace con lo opción filmar de una cámara fotográfica digital.


Bonus track, 2008.

En un cine abandonado, el Gran Ituzaingó, se reúnen todos los días un grupo de adolescentes para practicar en la patineta. El cine es su punto de encuentro. Un lugar de juego donde medirán habilidades, pero también amistades y traiciones. Un lugar de sexo, donde ellos se exhibirán y ellas eligirán. Perrone regresa al Gran Ituzaingó donde descubrió las películas de su adolescencia, ahora para filmar a los jóvenes del 2000, con una cámara contemplativa que registra sus historias.


180 grados, 2008.

Ezequiel es un adolescente en crisis. Tiene problemas con sus padres, con quienes vive, con su novia, con sus amigos... Quizás cuando se siente mejor es cuando va en su bicicleta (con la que es capaz de realizar sorprendentes cabriolas), sin rumbo fijo. Para acercarse a su complicado y confuso protagonista, Perrone recurre a una puesta en escena casi experimental, en la que juega con formatos, con texturas, con todas las posibilidades del cine digital, sin perder el registro realista del mundo que lo rodea.


Luján, 2009.

Luján fue obrero de la construcción. Tuvo catorce hijos, de algunos de los cuales ya no recuerda el nombre. Está separado. Una vecina, Liliana, le da casa y comida, a cambio de trabajo. Alguno de sus hijos lo reclama, pero él no quiere volver, porque ya no es ni la mitad de lo que era. Esta película inicia una nueva trilogía de Perrone, caracterizada por un inusual trabajo plástico (sobre todo por el uso de la luz) y una radicalización en la utilización del sonido como recurso musical.


Los actos cotidianos, 2010.

En una casa de los suburbios viven dos hermanos, Sole y Bebo, con su madre. Ellos también tienen hijos, a los que crían como pueden. La película registra acciones simples, cotidianas, rutinarias: ver la telenovela, cortarle el cabello a uno de los niños, lavar la ropa... Siempre dentro de la casa, porque el mundo de afuera se percibe peligroso. Ya muerto don Galván, Perrone vuelve a su familia. Una película de planos fijos, que muestra al director más austero y despojado que nunca.

Al final, la vida sigue igual, 2011.
Los personajes que habitan en las calles de Ituzaingó vuelven otra vez y Perrone los retrata instalando su cámara entre ellos, no para juzgarlos sino para acercarnos retazos de vidas que siguen, igual a como las dejamos en la última película. Volvemos a acercarnos a los protagonistas de Los actos cotidianos. Pero hay una ausencia notable esta vez, ya que no está Galván. El abuelo de los chicos que aparecen en la película y a quien Perrone le reserva un plano para que lo veamos seguramente por última vez, deambulando a través de una especie de bosque. Una aparición fantasmal que lejos de provocar miedo transmite paz y serenidad.

Perrone: Más sobre el ser consecuente


Por Julia Gamarra Hinostroza



Nos distanciamos casi una hora hacia el Oeste de Buenos Aires, sin tener del todo la certeza del camino a emprender. Somos tres en la estación del tren: Dos que lo tenían planeado y una que se trepó al viaje de encuentro con el mítico director del que conocía, aparte del nombre, alguna que otra curiosidad.

Llegamos tarde a Ituzaingó. El calor sofocante, el paso apurado de mis compañeros y el letargo del sueño interrumpido tornan el trayecto final agotador y a la vez un poco angustiante por la demora. Pero Perrone no se hace problemas. En el restaurante donde nos ha citado lo conocen bien y lo atienden como a cualquier comensal. Nos espera tranquilo, cómodo en una de las mesas del interior.

Arranca la charla sobre su trayectoria como dibujante y como cineasta, sobre su forma de acomodar el soporte que tiene al alcance a las condiciones que se le presentan para filmar. Un trabajo realizado a contracorriente, y sin buscar que sea así necesariamente, sólo que sea. Surca la pregunta: ¿Qué tanto importa el soporte en el cine, si lo sostiene su narración? Raúl Perrone lo tiene clarísimo, tan claro como está presente en su decálogo: “Si lo que tenés para decir no se sostiene en VHS, tampoco se va a sostener en Beta, en Super 8, en 16, ni en 35mm.” Ha de ser con esa seguridad que ha registrado sus más de 25 largometrajes en formatos diversos, desde 8mm hasta alta definición. Ahora está encariñado con una fotográfica Lumix que registra en HD y con la que realiza el episodio final de su tríptico, el largo “Al final la vida sigue igual”.

Lo que a la mayoría nos enseñaron –o no– en las escuelas de comunicaciones, e incluso nos demostraron en el campo es que hay “una forma” de hacer cine en nuestro país, una forma de producirlo, de venderlo, y, en especial, “que-es-así-y-sólo-así-como-se-hace-cine”. En la charla con Perrone, su sistema de distribución en circuitos alternativos me recuerda las correrías de los colegas independientes –en especial de las regiones– para exhibir sus películas, optando por presentarlas casi en cualquier espacio donde puedan colocar un proyector. Una opción harto valiosa tanto para el realizador como para el espectador que ya se familiariza y busca ver otro cine; y que además motiva a otros realizadores y productores a buscar caminos alternos desde el concepto de sus películas.

Detesta el manejo en mercados y festivales de cine, además de los viajes largos, por eso no asiste a la retrospectiva que el Lima Independiente Festival de Cine le dedicará en Perú. Intercambiar tarjetas y departir en cocteles le resulta exasperante. Por momentos me desconcierta su sencillez revestida de irreverencia. Y es que Perrone afirma y certifica que su carácter es así tanto fuera como detrás de cámara, y para mí, una productora control freak después de todo –como todo buen productor– resulta perturbadora su manera de romper mis esquemas, la idea de cómo cumplir con mi deber-ser cinematográfico. Pero me agrada, pues lo mejor de todo es que lo hace así porque así lo quiere y sin tratar de imponerlo a los demás. Una gran afirmación personal en la maraña de los egos cinematográficos.

Se acaba la batería de la cámara mini DV, grabamos lo que resta de la conversa con la cámara de fotos. Total, que mejor testimonio que lo hablado quede registrado sin complicarnos de más. Incluso curiosea nuestra Canon, le gusta. Discurre un poco más sobre el ser consecuente con lo que hace; y sobre su vida personal, la familia, el hijo.

Al rato cogemos el tren de retorno, aparentemente el último que podría devolvernos al centro de Buenos Aires. No me preocupa demasiado que hayamos perdido la cita que he programado con el laboratorio cinematográfico, la conversa lo valió.

Mi cine después de Perrone

Para confrontar la charla con las cualidades autorales de Raúl preciso ver sus películas. Y que sean sus películas las que hablen por él. Los primeros links de La navidad de Ofelia y Galván aparecen en YouTube. El tiempo es cruel. Nunca es suficiente, menos aún para ver cine. Me armo de valor y empiezo a ver la película, episódicamente, en mi teléfono. Un tributo privado a este cine posible en la sala oscura de mi habitación.

Termina la función. Me deja un buen sabor. Mi concepto sobre cómo hacer cine no cambiará: nuestros proyectos en camino precisan realizarse en fílmico, con un despliegue de producción relativamente grande, y con estrategias de distribución que comprenden un constante intercambio con colegas especialistas de los diferentes pasos de la producción. Pero ‘el perro’ brinda una confirmación más de que otra forma de hacer cine es posible. Una más austera, sin precisar de deleites y coqueteos en mercados y festivales, sin tensarse durante años por la manera de cómo hacerse de presupuesto para alcanzar “la” película. Un cine pobre como el nuestro, que aunque con diferentes rutas, nos dirige al mismo y honesto fin.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Visualidades de la subjetividad contemporánea

De: La Fuga

Por Esteban Dipaola

Hace algunos años Serge Daney definía al cine contemporáneo como marcado por una “prioridad de lo visual”, idea que retoma posteriormente Jean-Louis Comolli. Completar esa concepción sobre el devenir de la contemporaneidad cinematográfica abriga la instancia de referir a un “giro subjetivo” que el cine en los últimos años nuevamente evidencia. Pero se trata de una subjetividad que simula centro en el Yo para diseminarlo, deconstruirlo en una biografía íntima que sólo es posible como imagen, como visualidad, como experiencia de una historia que debe posibilitarse como visible.

El relato de la subjetividad es así experiencia de una escena, significando ello que sobre la proyección y sobre las imágenes ya no se percibe el dominio figurativo de un Yo dado como posible y clausurado en esa posibilidad, sino una permanente transfiguración biográfica que expulsa la centralidad representativa del Yo expresando las formas múltiples de una intimidad que sólo es posible como temporalidad y experiencia de actos cotidianos o derivas sentimentales. Las imágenes, entonces, no representan el relato, puesto que, en verdad, son atravesadas por éste, transfiguradas expresadas sobre su propia visualidad.

El cine contemporáneo se presenta así como la experiencia visual de una subjetividad no reducida a su simple forma, sino expresada en el complejo de su experiencia íntima y sentimental.

En este breve artículo abordaremos la experiencia visual efectuada mediante la mirada atribuida a los filmes argentinos Viaje sentimental (Verónica Chen, 2010) y Los actos cotidianos (Raúl Perrone, 2010).

La deconstrucción de la subjetividad

La subjetividad en el cine contemporáneo está condicionada por una forma de la alteridad expresada en la pluralidad de lo visual. El Yo no es posible como figura representativa porque la visualidad y la experiencia de las imágenes transforman la propia mirada. La cámara subjetiva como identificación de la mirada del personaje y del espectador se torna una experiencia imposible en la temporalidad de los relatos cinematográficos contemporáneos, articulados, precisamente, en la dislocación topológica de la mirada. Desaparece cualquier topografía o cartografía de la visión y lo único expresable entre las imágenes es el desplazamiento biográfico de un yo que deviene entre la multiplicidad de su historia y de su intimidad hecha visible.

La particularidad excepcional aquí de la contemporaneidad cinematográfica es hacer posible que los fragmentos de realidad se expresen como una multiplicidad de la experiencia subjetiva, íntima, sentimental y cotidiana que la pantalla vuelve posible. Pascal Bonitzer muy claramente exponía: “Siempre hay que ir más allá de la imagen, y tanto más si ésta se hace pasar por la misma realidad, y reflexionar sobre la distribución, es decir, sobre el acto que conlleva el registro aparentemente pasivo de acontecimiento. Siempre hay montaje, y el lugar de la cámara misma en el campo, considerando que recorta interesadamente un fragmento del espacio visual, ya es un montaje”1

Específicamente, sobre ese montaje los fragmentos de la subjetividad producen formas posibles de una experiencia múltiple del yo. Pues no se trata ahora de la representación temporal del relato de un sujeto, sino de la transfiguración absoluta de esa temporalidad. Una temporalidad abierta y diseminada. Un nuevo topos que trastoca la vieja suposición de la interioridad psicológica, ahora todo se expresa sobre la experiencia del afuera. La intimidad no sólo se muestra, es claramente una imagen más que redispone el montaje expresando la multiplicidad y la potencia del relato.

Fotografías y sentimientos

En Viaje sentimental Verónica Chen expresa y contempla su propia biografía mediante imágenes. La película, profundamente intimista, atraviesa los paisajes de las ciudades sobre las que la directora ha transcurrido su vida y las muestra en fotografías que evidencian algo más que el lugar frecuentado. Ellas responden a una transfiguración de la propia subjetividad, de lo que ocurrió en su propia vida a lo largo de todos esos años. Esas fotografías, entonces, se perciben como una nueva experiencia del viaje o de los viajes; es decir: nuevos relatos sobre su intimidad atravesados ahora por la multiplicidad de la mirada. No es sólo la multiplicidad que surge de la propia dimensión de la historia que Chen puede hacer posible ante una nueva contemplación y reinterpretación de la memoria de sus experiencias de vida, es también la multiplicidad de la mirada provista por una proyección que trasciende a la obra fílmica y que se trasluce, transparenta en la condición de una intimidad vista, expuesta a lo visual por los otros y, por ende, transfigurada de diferentes maneras también en esa expectación. En ese sentido, es posible precisar la insistencia de una topografía múltiple de la subjetividad y de la intimidad, pues hablar del yo, incluso hacerlo posible, implica introducirlo en el campo visual de una exterioridad que diversifica siempre las enunciaciones posibles del relato.

Lo sensible cotidiano

Mientras lo sentimental acontece como relato de lo íntimo en la película de Verónica Chen, por su parte, lo sensible atraviesa y comprende lo cotidiano en la última película de Raúl Perrone, Los actos cotidianos. En este filme, el recurso a la historia mínima no condensa la vocación sencillamente realista de mostrar un pequeño entorno familiar, sino que pretende hacer posible las maneras de expresar y visualizar la intimidad y los sentimientos también como forma de vivir y diseminar la experiencia de esos relatos cotidianos. Todos los actos cotidianos, por supuesto, son simples, sencillos, armoniosos, pero, al tiempo, cumplen la condición de diversificar y transfigurar las relaciones sobre las cuales la intimidad explora la propia historia de la familia y de sus transformaciones. Una biografía que fuga de las posibilidades estandarizadas de la temporalidad y se configura como flujo novedoso de las nuevas producciones visuales de lo subjetivo.

Es claramente –como es habitual en su cine– el conurbano y su vida cansina lo que atestigua la cámara de Perrone, pero siempre atravesado por las plurales maneras de hacerse visible. El deseo de comunicación en este filme produce rupturas en la cotidianeidad que ahora también se encuentra gestada en formas de mensajes de texto, llamadas a teléfonos móviles y fotografías tomadas desde esos mismos teléfonos. La subjetividad conforma, de ese modo, una experiencia que se desprende de sus antiguas formas de lo posible para desplazarse a las distintas maneras y mecanismos en que puede lograr producir sus relatos. Lo íntimo y lo cotidiano, así, se expresan como algo sensible en un doble sentido: primero, en tanto expresividad de sentimientos que posibilitan el ejercicio de la intimidad familiar; segundo, como experiencia de una puesta en escena de la subjetividad que no puede ya centrarse en el Yo, puesto que solamente es posible como multiplicidad de su devenir sobre lo sensible, sobre la materialidad misma de su constitución. Lo cotidiano se revela así como visible y lo sensible como experiencia visual.

Con ello, Perrone quizás de algún modo compone el “proyecto de Zavattini” de filmar una hora y media en la que no ocurre nada, pero si lo hace es bajo la condición de la paradoja. Porque justamente la sensibilidad intimista que Perrone transfigura en imágenes hace posible que sobre esa cotidianeidad aparentemente quieta y nula, todo se multiplique, todo entre en un permanente movimiento. Ese modo de la paradoja es tal vez el que configura el giro subjetivo actual y el que se evidencia tanto en el filme de Perrone como en el de Chen: hacer de la intimidad una multiplicidad y exterioridad visual, expresarla como lo visto para que solamente así se vuelva realmente posible su relato, su experiencia.

Exteriores

Salir. La subjetividad presente afuera, experimentada sólo como exterioridad. El diario fotográfico personal de Verónica Chen vuelto posible mediante sus formas visuales, componiendo los pasajes de una biografía pero también de una historia del propio cine. Fotos que pasan, que se montan, que se ven y que son sólo posibles en las múltiples miradas, en el devenir de los fragmentos, en la composición de los montajes. De eso quizás se trate el giro subjetivo de cierta parte del cine contemporáneo: una prioridad de lo visual pero como comprensión, recobro de la propia intimidad del cinematógrafo que también se vuelve únicamente posible siendo mostrada.

Tal como Jean-Louis Comolli expuso: “La visibilidad generalizada plantea, paradójicamente, la cuestión del debilitamiento de las representaciones”2. Justamente, la paradoja se concentra allí: cuando todo se vuelve visible el propio cine se transforma. Ya no se trata de la representación de lo cotidiano, de lo íntimo por las imágenes, ahora es, más precisamente, lo cotidiano, lo íntimo deviniendo como imágenes y entre imágenes. Se trata, en fin, de la posibilidad, la necesidad de que todo se experimente como visual. De la posibilidad de que la subjetividad se disemine en su pluralidad visual y que las imágenes cinematográficas acontezcan como una experiencia más de todas estas formas visuales que inscriben el acontecimiento de nuestra contemporaneidad.

Bibliografía

1- Bonitzer, P. (2007). El campo ciego. Ensayos sobre el realismo en el cine. Buenos Aires: Santiago Arcos. p. 85

2- Comolli, J-L. (2007). “Violencia de la representación”. En: Ver y poder. Buenos Aires: Aurelia Rivera, p. 297

Bonitzer, P. (2007). El campo ciego. Ensayos sobre el realismo en el cine. Buenos Aires: Santiago Arcos. Comolli, J-L. (2007). “Violencia de la representación”. En: Ver y poder. Buenos Aires: Aurelia Rivera.

sábado, 9 de abril de 2011

Todavía no está todo dicho

Charla con Raúl Perrone

De ¡Esto es un bingo!

Por Marina Yuszczuk y Martín Stefanelli

Raúl Perrone es el pionero indiscutible del cine independiente en Argentina. Pero ese cuento de origen se remonta a principios de la década del noventa; en el medio pasaron veinte años. Entonces, reformulemos: Perrone fue el pionero, pero reconocerlo solamente en ese rol supone que su intervención en el cine argentino quedó en el pasado. Nada más equivocado: ahora, Perrone es un director de cine que hace películas buenas, que filma y experimenta con una curiosidad siempre presente y que se sigue renovando todo el tiempo. Y sobre todo, que mira con intensidad. Parte de su última producción consiste en lo que él llama “tríptico” y está compuesto por Luján(2009), Los actos cotidianos (2010) y Al final la vida sigue, igual (2011). La segunda de estas películas se mostró en el Bafici del año pasado. A principios de marzo, Perrone fue invitado para estrenar Al final la vida sigue, igual en el cine Cosmos-UBA en el marco de la VIII Semana de la crítica-Fipresci. Mientras tanto prepara el estreno de su tríptico para los próximos meses, la edición de una caja con esta parte más reciente de su obra en DVD y un libro, y trabaja en su nueva película.

El año pasado publicamos esta crítica de Los actos cotidianos durante el Bafici (y nos quedamos con las ganas de ver más). Hace un par de semanas fuimos con Martín hasta Ituzaingó para charlar con Perrone. En esa tarde nublada vimos Luján –que todavía no se estrenó- en el microcine que Raúl tiene en su casa y después, mientras nos cebaba mates, hablamos durante dos horas sobre sus películas. Luján es, como las otras partes del tríptico, una serie de cuadros cotidianos centrados en un personaje que se llama, igual que la película, Luján. Se trata de un hombre mayor que se pelea con la hija (en la ficción, claro) y va a pasar un tiempo a la casa de una vecina, donde se pone a hacer pequeños arreglos domésticos para mantenerse activo mientras se discute si le conviene quedarse en esta nueva casa o volver con su familia. Contar una película de Perrone es todavía un poco más absurdo que contar cualquier otra película, pero lo hacemos para que tengan una mínima idea sobre Luján, de la que empezamos hablando.

Marina: ¿Por qué elegiste a Luján?

Perrone: Me gusta mucho trabajar con personas que no son actores. Básicamente laburo con gente que no actuó nunca, me gusta correr ese desafío porque creo que nadie lo hace. El riesgo es hacer este tipo de cosas en las que ponés el corazón y ponés la pasión. Porque es muy difícil lograr esas charlas. Yo hace mucho que no veíaLuján, pero cuando escucho que el viejo dice “Yo no soy ni la mitad de lo que era”, eso a mí me conmueve.

Marina: ¿Eso es improvisación?

Perrone: No, es una improvisación muy pensada. Se trata de tener un dominio del oficio. Porque si vos ponés a improvisar a gente que no actuó nunca, es una pedorrada. Yo en el taller le digo a algún flaco “Andá, transala a esa chica”, y empieza “Eeeehhhh, eeeh”, es insoportable. A esta gente yo le hablo de una manera, le digo bueno, esto viene por acá. En cualquiera de los diálogos que viste hoy, yo estoy a medio metro, y en el caso de Luján le toco la gamba porque el viejo tuvo un problema en la cabeza y no entendía lo que yo le decía, entonces tenés que decirle “Cuando yo te toco, Lalo, vos te vas”. Es un laburo muy difícil, pero es la única manera en la que yo entiendo que tengo que laburar. Ningún actor me daría lo que me dan estos tipos.

Marina: ¿Y hay ensayos? Porque vos filmás en pocos días. Te pregunto porque se ve que estas personas se entregan a la cámara de una forma que es bastante increíble.

Perrone: No. Esta la hice en cinco días. Pero para mí no tienen que ver los días, tiene que ver qué es lo que filmás en esos días. Ahí está el misterio: para que vos pases inadvertido, para que seas esa mosca en la pared, tiene que haber un laburo. Muchos estudiantes de cine salen de ver mis películas y dicen “Qué bueno, este tipo lo hizo, nosotros lo podemos hacer”. ¡Andá y hacelo! Es muy difícil, sobre todo cuando tenés que mantener este tipo de diálogos donde no hay un plano y contraplano. El plano y contraplano es la única manera en que podés salvar a un actor de las cagadas que se manda. Acá es una cámara fija donde vos no tenés salvación. O sea, si yo no me lo creo, vos no lo vas a creer ni él tampoco. Pasa por mí. La primera vez que yo veo una película es cuando la estoy rodando, es la única manera que tengo de verla por primera vez, como espectador. Pero es un laburo muy difícil, yo me pongo a hablar con los tipos muchísimo antes, y tengo que tener la viveza de captar ciertas cosas, de estar muy atento a lo que pasa. Y hay cosas que las resuelvo en un día. Ese tipo que ves que habla con Luján es el jardinero de acá de mi casa, y un día se me ocurrió y le dije “¿Che te animás?, “¿Y qué tengo que hacer?”, “No nada, te sentás, le decís al viejo que haga un laburito”, y terminó en la película.

Marina: ¿Y cómo surge la idea de las películas, vos encontrás a la persona que te interesa filmar y a partir de ahí empezás a armar situaciones?

Perrone: Casi siempre pienso en quién voy a filmar y después agrego a los que van cayendo, si me interesan. Y el hecho de hacer un tríptico, y antes la trilogía, es un pretexto para hacer películas. Tres es un número que siempre me gustó. Y si me pongo a pensar, casi todas mis películas son tres. No sólo la trilogía; después también si querés agrupar podés tener Zapada, pa, y otra, y después una que hice con japoneses y chinos, Tarde de primavera, Tarde de Verano y Canadá. Después tengo otras tres que se fueron haciendo no seguidas sino intercaladas, Late corazón, La mecha y Navidad. No sé por qué, me gusta como crear cuerpos de obra.

Marina: Sí, pero hay un pequeño corrimiento, de repente vos fijás tu atención en algo que es nuevo porque empezás a filmar adentro, a no iluminar, y eso trae todo un conjunto de decisiones que también son nuevas.

Perrone: Bueno pero no iluminás iluminando, o sea, pintás con la cámara. Yo no uso luces desde cuando empecé, pero eso lo puse en un decálogo, para ahorrar guita.

Marina: Bueno, pero el decálogo está fechado. Es interesante la fecha que aparece ahí, 1998. ¿Vos lo seguiste a rajatabla?

Perrone: Sí, tampoco me pongo a pensar en el decálogo. La verdad, creo que me traicioné para bien, o sea, antes laburaba con ocho tipos y ahora laburo con dos. Pero sigo pensando exactamente lo mismo, ahora agregale el teléfono celular y agregale las cámaras de fotos. Porque si las películas no se sostienen en un formato no se sostienen en ninguno, yo puedo hacer esto en 35 y no me interesaría, lo dije muchas veces. 35 para mí es una mujer maquillada, horrible. Me gustan las minas que no se pintan. No sé por qué la comparación pero para mí tiene mucho que ver. Un americano que vino el otro día cuando salió de ver la película (La navidad de Ofelia y Galván) no podía creer que estaba hecha con una cámara de fotos. Entonces también ya es un prejuicio de muchos, “Ah, es una cámara de fotos”. ¡Qué tiene que ver! Me remonta al 98 cuando decían de mis películas “Ah, la hizo en video”.

Marina: Te quiero preguntar un poco más sobre tu proceso de trabajo porque enLa mecha hay una aventura, una situación puntual, en cambio las de este tríptico por momentos funcionan más como una serie de cuadros. ¿Cómo vas armando las situaciones, no en la edición, sino cuando estás pensando la película?

Perrone: Estas últimas películas las planteé como un cuadro del suburbio, por eso me gustó “tríptico”. Mirá, Luján es un tipo que vive al lado de mi casa, y que laburaba en mis primeros cortitos allá por el ochenta y pico. Y pasó el tiempo y de golpe un día lo veo, y eso que vive acá al lado, pero viste que yo soy medio topo, no salgo. Entonces le digo “Qué tal como anda Luján”, “Bien, bien, Raúl, ¿sigue con las películas?”. Y la casa donde está esta mujer es la misma que aparece en Cinco pal peso, en Zapada. Es todo un mundo que yo manejo con muy pocas casas, muy poca gente. Y le digo a Liliana “Che Liliana, qué hace acá Luján”, “Me vino a pintar acá unas cosas”. Y dije “Ahí está”. Y fui una tarde y le digo “Vamos a hacer una cosa: usted se fue de su casa, se separó después de tantos años y está viviendo acá con Liliana, Liliana le dio un lugar”. Y así empezó. O sea, yo iba una tarde y le decía “Luján, vamos a hacer lo de la pared hoy”, “¿Y qué hago?”, “Y usted, rasquetee”. Y así fui armándola, o sea que tampoco parto de un guión. Parto de una idea más que de un guión. Y después es de verdad la película, puede salir una frase muy linda o rebuscada pero te digo que es la verdad. Yo trato de hacer la película mientras la voy haciendo, si no me aburro muy rápido de todo, soy ansioso. Si tuviera un guión escrito me aburriría de leerlo, y no soportaría que un tipo dijera lo que yo escribí.

Marina: Lo loco es que tus películas son todo lo contrario, el ritmo que tienen es el de un tipo que mira con mucha tranquilidad, y eso es lo que generan.

Perrone: Pero yo soy así, esa es también la contradicción. Yo puedo ser muy ansioso para un montón de cosas pero después puedo estar cuatro o cinco días que no hablo, que estoy muy tranquilo y veo el material y pienso qué voy a hacer. Pero cuando ya la idea está madura en mi cabeza sí tengo una rapidez para laburar. Que tampoco es para matarse, digo: el tipo que cuenta lo del cáncer en la nariz es el tipo de acá enfrente que yo no veía hace años, y un día me pintó. Estaba acá en la puerta con el pibe que labura conmigo y lo veo al tipo éste y ahí al toque digo, “Es eso”. Es un laburo…de seducción, “¿Qué tal como anda?”, “Ah, Raúl, qué tal”, entonces estoy hablando con el tipo, pero muy tranquilo viste, le digo “¿A usted no le jode si ahora hacemos algo?, viene Luján”, “Bueno pero yo no tengo mucha onda”, “Bueno pero viene Luján, vamos a ver qué hacemos”, y ahí está.

Marina: Pero siempre filmás en dos o tres lugares con los que por alguna razón estás obsesionado, ¿no?

Perrone: Sí pero la otra vez alguien que vio los planos finales de Al final la vida sigue, igual, de la casa vacía, me dice “Qué increíble porque vi esta casa tantas veces pero todas las veces que la filmás es distinta”. Y yo veo eso, que los lugares se reinventan cuando los voy a filmar. Si vos vieras la casa, es así de chiquita, ese comedor con el mantel marrón, el baño ése y las dos piecietas, y ya. Pero no sé si yo terminé de exprimir esa naranja, porque siempre me da otras posibilidades. Me decía Roberto Barandalla, un guionista, que en esta última (Al final la vida) hasta parece hermosa esa casa, una casa que vos ves con las paredes verdes, ese verde horrible, descascarado. Si vos supieras dónde filmé Luján te morís, se pierde la magia si yo te digo.

Marina: Sí, aparte vos estás mostrando un mundo donde los personajes están en relación a las casas, a esa pared descascarada. Me parece que nada de eso se puede separar, y que ahí es donde tiene mucha fuerza y mucho sentido todo lo que se ve. Y por otra parte hay una oreja parada hacia cómo habla esa gente, cómo procesa sus historias, cómo se planta en el mundo, pero también hay un ojo puesto en cómo la gente hace cosas en la vida cotidiana. Que para mí es algo nuevo.

Perrone: Bueno, yo me podía haber instalado en la comodidad de seguir haciendo películas sobre pendejos. La trilogía tiene una actualidad que ni yo la imagino, la ven pibes de veinte años que tenían dos años cuando la hice y encuentran actualidad en una película que se podría decir que ya es vieja. Sin embargo yo mismo me fui reciclando, hice La mecha y todo el mundo hablaba de “Ahh, el Perrone de La mecha”, y los críticos me empezaron a tomar en serio. Me costó mucho, imaginate que la trilogía está hecha en VHS en los noventa. El tema del formato era lo peor, yo recuerdo críticos en el cine diciendo “Bueno, este pibe hace video”, y ni siquiera querían escribir de las películas. Lo que pasa que ahora es mucho más cool decir “Hago digital”.

Martín: Con respecto a la trilogía, La mecha y Ocho años después son como un puente entre estas películas y lo que estás haciendo ahora, sobre todo Ocho años después que hasta parece una mezcla justa entre las dos cosas. O sea, son los personajes de las otras películas, ahora como personas en un momento de la vida “real”, como la que estamos viendo en Los actos cotidianos. Además, parece que estuviera la idea de retratar el mundo de los jóvenes en los noventa y el mundo de otras generaciones en estas películas, ¿entonces buscás una forma más cercana a lo que son los personajes?

Perrone: No sé, yo no laburo con tipos de mi edad, me embolan. No hay tipos de mi edad en las películas, o son pibes o son viejos o son chiquitos, pero a los tipos de mi edad no los registro. No me interesa lo que hacen. Puede aparecer un tipo de cincuenta años, pero no hago películas de esos tipos.

Martín: Pero esa forma y esos colores que aparecen en tus últimas películas, que son diferentes a los de la trilogía, ¿tienen que ver con los personajes que elegís ahora?

Perrone: No, eso tiene que ver con una búsqueda estética, que siempre estuvo porque no te olvides que yo soy dibujante.

Martín: Eso te iba a decir, porque las primeras películas me parecen mucho más cercanas al dibujo. El fondo podía ser el mismo que en éstas pero los personajes estaban como por encima, recortados.

Perrone: Sí, son más pop. Lo que pasa que también uno elige para ciertas películas el tono con que las contás. Capaz que si hoy hiciera Ocho años después la haría de esta manera porque ahora estoy laburando así. Uno va encontrando maneras de contar las historias y me parece que no me imagino estas películas tan lumínicas como eran las de la trilogía. Y tampoco oscuras, a mí me parecen hermosamente bellas.


Marina: No, pero pará, porque yo se que a vos te dijeron que eran películas oscuras, no solamente en sentido literal sino en el sentido de que había una densidad ahí medio negativa. Es cierto que las películas literalmente son oscuras al punto de que a veces desaparece la casa y lo que queda es la ventana. Hay como un recorte de luz que viene de afuera. Me interesa saber como lo pensás vos, si ésas son decisiones que tomas en el momento de la edición…

Perrone: No, en ninguna de mis películas eso está manipulado desde la edición. No hay ningún plano tocado. Yo tengo ahora por costumbre que si vos obtenés un muy buen master no podés tocar nada. Si esto fuera producto de la manipulación yo no estaría feliz. Porque me parece que lo podés lograr. Esos tipos que laburan y dicen “Total después en postproducción…”. La verdad que eso a mí no me va. Necesito enamorarme cuando estoy filmando. Y cuando veo la cara de ese tipo en la oscuridad, yo me enamoro de ese plano. Uno tiene que elegir.

Marina: Pero digamos, tu deseo de hacer una película surge porque ves algo que te enamora, ¿no? Antes que por tener un tema. Porque igual cuando uno ve las películas encuentra los temas.

Perrone: No no, el tema también está. Yo cuando iba a hacer Luján sabia lo que quería contar, quería contar la historia de un viejo que después de casi una embolia encontró en el trabajo la manera de seguir viviendo, por eso le hago decir las cosas que dice. No está únicamente la belleza de un plano porque sino sería una obviedad boluda, sería regocijarme en algo que es vacío de contenido. No, me parece que lo primero que pienso es qué voy a contar y cómo lo voy a contar. Después sí viene el enamoramiento. También en la composición de lo que estás contando está la cosa. ¿Viste cuando él está hablando de los hijos y después está ese tipo ahí fumando? Ahí hago un primer plano de él y digo “Uau, todo lo que hay en esa cara, en esas arrugas”. Para mí un plano tiene que contar algo porque es muy fácil para nosotros enamorarnos, decir “Esto vamos a dejarlo que es bárbaro”. No puedo dejar planos por dejarlos. Cada plano tiene que estar contado algo.

Marina: Y para mi acá logras cosas increíbles con el actor como en La mecha, me pareció muy emocionante porque uno como espectador reconoce maneras de sentir o de vivir que son de nuestros abuelos, que son absolutamente reales y eso es lo que uno siente… que surge algo verdadero, como decís. Parece que hubiera todo un trabajo pero no para inventar algo sino para sacar algo que en la experiencia o en la forma de hablar de esa persona evidentemente debe estar.

Perrone: Sí, en la forma de hablar sí. Después te digo que es muy difícil porque un director tiene que tener poder de observación y picardía. Picardía le llamo a tener calle. Que yo pueda hablar con el tipo que venga de Cannes y que también pueda hablar con este viejito. Y que tu manera de ser haga que él te tome confianza y vos hagas con él lo que vos quieras, en el mejor de los sentidos. Es decir, sin chamuyo. Por ejemplo, Galván ganó en Friburgo el premio a mejor actor. Y lo maravilloso es que los tipos preguntaban quién era ese actor. ¿Cómo les explicás que era mi suegro y que era municipal? Eso es lo que siempre pensé de pibe cuando empecé a hacer super 8: yo tengo que poner gente, que la gente no diga voy a ver la película de Darín, que la gente diga voy a ver una película de Perrone. Y creo que logré eso.

Marina: Igual hay otra cosa, a veces se acostumbra a identificar cine con ficción y da la sensación de que en tus películas estás todo el tiempo buscando captar cosas que tienen que ver con la vida real, absolutamente real. No digo que en una ficción no pueda surgir una verdad, pero lo veo en el trabajo con gente que no es profesional, en el tipo de escenarios que elegís, en las casas, los barrios, la forma de recorrerlos. Me da la sensación de que tiene que ver con transmitir la experiencia de vivir en un momento, en un lugar, y me pregunto si ficcionalizándolo demasiado eso se podría lograr.

Perrone: Pero no te olvides que es una ficción. Una vez lo hablábamos en el Bafici: si ustedes se creen que Galván realmente fue a la ferretería y que justo se descompuso y yo lo filmé, son unos tarados. Hay una ficción. Después, cómo está filmado y cómo eso se desarrolla y que vos te creas que eso es un documental, yo a esta altura del partido no lo discuto. Ya casi ni pongo “Una película de”, pongo “De Raúl Perrone” y que la gente lo tome como quiera, por más que sepamos que vamos a ver una película porque estamos en un cine. Para mí es un objeto de arte. Dejemos de etiquetar, ¿no? ¿Qué es esto? A mí me pidieron Los actos cotidianos como un documental, les dije sí, tomá, qué me voy a poner discutir si no es un documental. Yo no tengo que estar explicando eso. Lo importante es que yo necesito creerlo porque no me creo nada de lo que veo. Necesito hacer algo que yo me lo crea. Y quiero ser sumamente honesto con eso, que no se note el hilito, porque yo noto el hilo en muchas cosas, en muchas películas: hablemos de esto que esto garpa. Sé que asumo un riesgo muy importante y que esto no puede llevar 50.000 tipos, pero si la ven 2000 tipos te puedo asegurar que no se olvidan por mucho tiempo de lo que vieron. Yo apunto a eso.

Marina: En esto que acabás de decir se escucha como una relación entre el cine y la realidad, o entre el cine y la vida, que vos estás pensando y que es muy original. Y que me parece que puede ser lo propio de tu cine. Vos dijiste una frase que me intereso un montón, “Yo no me creo nada de lo que veo”. Me gustaría que desarrolles un poco eso, porque pienso que también tendrá que ver con tu manera de ver el cine que hacen otros.

Perrone: Sí, en realidad, me gusta más mirar que ver. Cuando yo digo que necesito creerme lo que hago es que estoy hablando por mí, pero también es porque no me creo nada de lo que veo. Es decir, necesito profundamente conmoverme con algo que estoy escuchando, si yo logro eso es la mayor felicidad. Mis películas tienen muchos silencios, porque tampoco me parece que haya que llenarlos de palabras vacías. Pero cuando hay diálogos no me interesa que sean importantes o rimbombantes, sino que sean diálogos que estamos acostumbrados a escuchar pero que pensarías que nunca pueden estar en una película. De eso hablo. Eso es para mí creérmelo. Me gusta crear situaciones límite, a eso me refiero cuando te digo que uno genera ciertas cosas. Por ejemplo, la última hija que aparece en Luján, que es de verdad la hija de él, hacía dos o tres días que no veía al padre (Lujan) y no tenés idea lo que me costó que laburara. Tuve que convencerla, decirle “Mirá, esto es una ficción, acá vamos a hablar de que tu papá se fue, te pido por favor que le digas esto, por qué papá no querés volver”. Y ella lo hizo y fue lo que duró el plano y yo terminé absolutamente conmovido. Por cómo le hablaba, por toda esa incomodidad que ella sentía y le dio al personaje, y en realidad estaba incomoda por mí. ¿Pero quién sabe eso? Vos, ahora que te lo estoy contando. Acá tenés que estar todo el tiempo tratando de pasar lo más desapercibido posible y te digo que es una cosa titánica por momentos. Quedarte al costadito, vigilarlos desde ahí, que no te miren todo el tiempo. Después cuando muestro la película y me dicen todo eso no se notó, es como uno de los primeros hermosos elogios que me dan. Porque digo, “Qué bueno que no se haya notado todo esto que me costó tanto”.

Martín: Los diálogos son medio espías…

Perrone: Y, hay mucho de eso. Y además son reconocibles porque son cotidianos. Se trata de recortar ese diálogo que uno le escucha a sus viejos, a sus abuelos, a los vecinos, pero poner la cámara ahí de determinada manera te hace empezar a verlos de otro modo. En esos planos y esos diálogos siempre hay algo que puede pasar, aunque en la película no haya una violencia directa esa sensación está ahí, constante. A mí me gusta mucho eso. Viste en una de las escenas finales que él esta sentado y escucha tiros, prende la luz y sale.

Marina: Yo pense que se venía una ahí…

Perrone: Porque eso también forma parte de la vida. A mi me gusta crear esas pequeñas cosas. Me gusta mucho, vos creás tensión con eso. Un viejito sale, hay gritos, bebés que lloran, digo, creás un mundo a partir del sonido.

Martín: El fuera de campo está todo el tiempo activo.

Perrone: Sí. Para mí el off es glorioso, en todos los sentidos. Yo prefiero estar escuchando en off una mujer que se desnuda y no ver cómo se está desnudando. Me parece más poderoso.

Marina: Volviendo a esta situación, a estos momentos de peligro, que son momentos más bien excepcionales en tus películas pero que de todas formas están, pensaba también en La Mecha cuando al final él Galván por el bosque y le apuntan con un arma. Y no pasa nada pero tiene sentido, porque cierra esa idea de que este tipo se fue a dar una vuelta en la que le podía haber pasado cualquier cosa y al final vuelve a la casa. Ahí está la fragilidad de los viejos.

Perrone: Sí, yo lo sentí muy profundo con La Mecha, cuando filmamos en un día de lluvia en ese bosque. Juego mucho con eso porque ahí es un momento de verdad. Hay una cosa de James Dean que era bárbara, lo contaba Dennis Hopper, decía que los actores en cine no fuman, hacen que fuman, y James Dean fumaba. ¿Me entendés?

Marina: Igual La Mecha es una película especial en el sentido de que hay una idea más concreta dando vueltas ahí. Además hay un objeto, y un recorrido a partir de ese objeto… me parece que funciona bien el objeto que vos elegiste, porque en la película alguien le dice a Galván la palabra “obsoleto”. Ahí yo veo una idea tuya de trabajar con lo que parece que ya no sirve más, con lo que ya no se arregla, como mandar el tipo al mundo para que se enfrente con una ferretería donde le dicen “Esto no existe”.

Perrone: Bueno, pero vos fijate que por ejemplo en Al final la vida, está absolutamente mi pensamiento porque hay una criatura con una cámara de fotos. Esa es una bajada de línea concreta: el futuro es ése.

Marina: Claro, y me parece que tenés una manera de trabajar esos objetos que les da un sentido simbólico al mismo tiempo, pero de una manera sobria, digamos. Sin decir “interpreten esto”.

Perrone: No, claro, está puesto ahí, el que lo quiere agarrar lo agarra. También tiramos frases, ¿no? De pronto en La navidad le hago decir al viejo que ya no va ir a Rosario porque está muy viejito y dice “Siempre que pude ir, fui”. Eso significa que siempre que pueda voy a seguir haciendo lo que se me cante. Son frases que yo dejo ahí. Pero sin decirlo, porque me parece que decirlo así con todas las letras es de una obviedad estúpida.

Marina: En estos años vos filmaste siempre en el mismo lugar. Estás contando historias que podrían ser “universales”, pero hoy pensaba viendo Luján que cuando vos flasheás con la luz que entra por una ventana, uno ve la ventana y enseguida lo remite a un lugar particular de este país, a su modo de vida. Y en todas tus películas por más que estés mostrando una silla, se arma una geografía de un lugar específico. Me gustaría saber cómo pensás eso. Si es una decisión consciente esto de trabajar siempre en el mismo lugar, si te interesa ese lugar también como algo que puede representar un mundo mucho más amplio.

Perrone: Sí, en realidad decir que uno tiene un mundo me resulta una palabra sumamente metafórica, y demasiado glamorosa, “El mundo de Perrone”. Que así llama el INCAA a mi ciclo: “Mundo Perrone”. Pero bueh, allá ellos… Pero sí quiero dejar constancia de épocas en las que viví, y me gusta transitar en mis películas los lugares que transito, digamos. Sólo que siempre encontrándole poesía a esas cosas. Una vez íbamos con el Tano Piero, creo que a Gessell, yo iba a hacer un laburo para él y había una ruta hermosa. Estaba hecha pelota pero para mí era hermosa, estaba lleno de hoteles y moteles abandonados, yo me volvía loco y el tipo no entendía nada, me decía “Por qué querés parar acá que está hecho pelota”. Quiero parar acá porque es hermoso. Y él me decía que yo tenía la poesía de la decadencia. Eso me gustó. Yo soy un poeta de la decadencia. Porque yo veo una pared descascarada y la toco y vibro, mientras que otros tipos se horrorizan. Una vez lo hablábamos con Ivan Noble, le decía que yo no me considero un protagonista, yo soy un cronista. Cuento lo que veo, lo que pasa a mi alrededor para que vos lo veas. Y quiero que sepas que esto pasa. Vos no lo ves porque estás en otro lugar pero esto pasa y pasa en todos lados, en Ituzaingó, Morón, La Matanza y en otros lados. No me interesa contar historias que yo no conozco.

Marina: Sabés que con esto último que trajiste a colación me acordé que desde que se estrenó Los actos cotidianos, un tema del que se empezó a hablar cuando se habla de tus películas es la pobreza. Y es algo que cuando vos hablás de las películas no aparece tanto. Sí aparece más del lado de la crítica. No sé si por un vicio de leer temas sociales… porque vos me estás diciendo que te colgás con la belleza de un lugar, o con contar tu propia experiencia porque es lo que vos sabés, ¿no? Pero sin embargo, supongo que habrás leído críticas donde ese tema aparece…

Perrone: Sí claro, y de hecho eso está, por eso mismo a veces puede llegar a confundirse todo. Yo he leído críticas maravillosas, la tuya sin conocerte me había gustado mucho, qué se yo, la de Marcos Vieytes…hay gente que hasta soñó con Los Actos Cotidianos y ha hecho unas críticas hermosas. Soñar no significa soñar con la película, significa que no te la podés sacar de la cabeza, es otra cosa. A mí mucho no me importa lo que la gente piense, si creen que esa gente vive de esa manera es un problema de ellos, no mío. Yo trato de mostrar un hecho artístico y quizá lo muestre de una manera que muchos crean que yo dejé la cámara ahí y que me fui a comer un asadito a las parrillas de Gaona y volví y pasó todo eso que pasó. Bueno, será un tarado que no pensó demasiado. Fijate en las películas de Iñárritu, ¿Iñárritú qué muestra? Muestra lo peor, maquillado, muestra lo peor desde el glamour, no está mostrando lo que vivió. Yo me meto en la casa de gente que he conocido, me interesa mostrar eso porque yo le veo poesía, no le encuentro otra palabra.

Martín: Cuando vimos Los actos cotidianos el año pasado en el Bafici, en el blog de Quintín se dijo que la película era un relato desde el infierno. Yo estoy totalmente en contra de eso, no lo sentí. Tal vez tiene que ver con desde dónde estás mirando la película. Yo soy del conurbano, de zona sur, y reconozco un montón de cosas de tus películas que viví en mi barrio. No sé si la gente de otras zonas tiene otra mirada y pueden llegar a ver ese mundo como un infierno, como algo terrible, y en cambio otra gente que esté más relacionada con estos lugares no lo puede ver de esa manera.

Perrone: A mí me parece que la gente que vive en los barrios se siente totalmente identificada con las películas. Pero tampoco hay que etiquetar, mirá, yo lo conozco a Lalo, es un tipo que vive en una casita muy precaria y el tipo escucha ópera. Mientras que todos los familiares están con la cumbia, el tipo escucha a Pavarotti, y lee. Pero así y todo me parece que lo que tiene Luján es que derrocha optimismo de alguna manera, ¿viste? Porque es un tipo que está todo el tiempo laburando, creo que lo dice en un momento en la película, “Si yo no hago esto me aburro”. Entonces el tipo labura, yo no hubiera rasqueteado esa pared ni en pedo, y el tipo encontró en eso una manera de estar en movimiento, sí, de alguna manera también de estar vivo, y eso me pareció que era muy interesante mostrarlo, es decir cómo el trabajo hace que vos salgas. ¿Qué hace un tipo de esos? Se mete a jugar a las bochas, se deprime. Sin embargo él quiere todo el tiempo, es muy creativo.

Marina: A mí me parece que La Mecha sobre todo es una película optimista en ese sentido porque vos elegís retratar del mundo la solidaridad, el cuidado. Todas las personas que se le cruzan al viejo de algún modo lo cuidan. Hay un momento incluso en que a alguien se le cae un chupete en la calle y Galván dice “Señora, el chupete”. Como esas cosas que pasan en la calle.

Perrone: El lo levanta. Sí, bueno es lo que te conté, eso es el azar. Porque eso otro tipo capaz que lo saca y a mí me pareció que fue fabuloso, ¿viste? Fue muy difícil filmar en la calle con el viejo, se lo llevaban por delante, había una cámara atrás, hasta tuve que poner un tipo de vigilancia porque es muy peligroso ahí. Y cuando él iba caminando, a la piba se le cayó el chupete y él se agachó y se lo dio, yo dije “Es un momento glorioso”. Yo esos momentos los bendigo porque están ahí, pero sí, claro que es una película optimista, a pesar de que muchos dijeran “Bueno, hubiera estado bueno que consiguiera la mecha”, bueno no, tarado, eso no. Me parece que es mucho más profundo que eso. Pero tampoco quería que Galván se encontrara con gente y que toda fuera totalmente buena.

Martín: Claro, por ejemplo esos chicos que lo llevan en la camioneta y empiezan a discutir porque uno se toma una cerveza. Es fuerte porque está el tipo ahí y es totalmente natural. El mismo tipo que te puede llevar también se puede pelear feo y ser un borracho durante la hora de trabajo.

Perrone: Sí, me gustaba eso, que no todos lo atendieran porque termina siendo una cosa de “Qué buenos son en este país”, ¿no? Y además están esos pibes que mataban palomas para morfar. Pero bueno, a mí me parece que uno tiene que dejar un testimonio, me parece que uno no puede pasar por la vida únicamente yendo a festivales y consiguiendo plata.

Martín: ¿Cómo te gustaría que sea la exhibición de estas nuevas películas?

Perrone: Cada vez que muestro una película tardo mucho tiempo porque quiero que sea como yo quiero y es muy difícil. Voy a contramano de todo porque lo último que mostré fue en La navidad en el Rojas. Y alguien me preguntó, ¿y por qué no en el Malba? Porque no: en el Rojas. Yo siento que este tríptico se merece algo como la trilogía, que se hizo una caja con 791, lujosa como las hacen en España, con un librito y demás. Estoy muy feliz de haber hecho eso y del camino que tiene, está andando muy bien. Y ahora voy a sacar un libro con los tres DVD que forman este tríptico. Es un libro donde cuento, porque yo escribo a mano alzada, cómo fue el proceso de las tres películas, y después un crítico escribe sobre cada película. Tengo ganas de hacer eso, y que se presenten las tres películas juntas. La caja la va a editar la universidad de La Matanza.

Marina: ¿Y la próxima película tiene que ver con algo de esto que acabamos de ver?

Perrone: Yo creo que tiene una onda pero son personajes más jóvenes, son skaters de treinta y pico de años. Lo que traté de buscar en estos tipos es el otro lado del glamour viste, porque hay tipos que viven de eso. Estos pibes están todos tatuados y fabrican sus propias tablas, las montan en cualquier lugar, hay mucha pasión por el laburo. Estoy muy obsesionado con el tema del laburo, con cómo arreglan ellos mismos los skates, cómo les cambian las ruedas, con qué pasión hablan del skate, qué significa para ellos. Y muestro un poco ese mundo a mi manera, porque no hago ni competencias ni nada pero es muy interesante.

Marina: Claro, se nota ese interés en la forma que tiene la gente de hacer cosas materiales. Por ejemplo al principio de La Mecha (perdón, estoy obsesionada con esa película) vas siguiendo cómo Galván se prepara la leche, cómo cierra el frasco, todo al detalle. Yo me acordaba mucho de mi abuela cuando lo veía, porque están esas manos grandes que tienen los viejos que laburaron con las manos toda la vida.

Perrone: ¿Pero sabés lo que tiene de interesante eso? Que cualquier otro tipo ahí usa el montaje porque supone que la gente con eso se va a aburrir. Pero me parece que está bueno que veas cosas que a lo mejor no estás acostumbrado a ver. A mí me pasó cuando el arquitecto empezó a hacer esta casa, empecé a darle bola, a saber cómo es un pilar, la luz…le empezás a dar pelota a otras cosas, y me parece que yo tenía que mostrar eso, ¿viste? Cómo Galván desarmaba ese calentador, porque de ahí parte toda la película de alguna manera, o lo que hacía el otro tipo con la gallina, para comer. Es muy heavy esa escena. Pero es así, yo le digo a la gente “Cuando vas a comer pollo a un restaurante, ¿cómo te crees que los matan? Así, nada más que vos no lo ves. Vos te comés el pollo”. Pero es lo que el tipo hacía, ¿viste?

Marina: ¿Y ahora ves cine en general? Porque en tus películas hay cine.

Perrone: No, no veo cine. Hago. Generalmente lo que veo es lo que ya vi. Y vuelvo a mirarlo. Dicen que soy cinéfilo, pero no creo serlo. Le escapo a esos rótulos. Sí pongo en mis películas el cine que me gusta, en Luján están viendo en la tele Los Olvidados de Buñuel. Y la poca música que pongo es la que me gusta. En Al final la vida la versión esa de Mi cuarto la hice yo, en versión punk. Pero trato de no poner música porque no me gusta manipular a la gente. Digo, la música que pongo es como acá: la cumbia porque van a bailar, o lo que escucha el viejo, pero no pongo música incidental. No me gusta manipular a la gente con la música. Si te emocionás te emocionás.

Marina: Claro, vos estás usando la música igual que mostrás los objetos. Me acuerdo que en Los actos cotidianos en un momento los personajes escuchan Te amo, de Makano.

Perrone: ¡Ah, sí! Es un momento muy feliz ése. Ellos tienen la canción en el celular y entonces la ponen, pero no hay música incidental. En La mecha tampoco porque me parece que si vos ves a un viejo que le pasa algo y le ponés un pianito, claro que te vas a emocionar. Está bueno lo que te pasó a vos hoy, que te emocionaste con el tipo con la carta y no hay nada, hay simplemente una tipa que lo está a punto de acariciar y no sabés si lo va a abrazar o no.

Marina: Y aparte vos no iluminás porque te gusta usar la luz de afuera, ¿no?, pero eso genera un efecto de mucha intimidad con los personajes.

Perrone: No no pero pará, vos lo decís como si a mí no me importara. El laburo de la luz es muy pensado pero lo hago no sólo con ventanas sino con otros espacios, inclusive tapándolos. Y si vos vieras cómo laburo la luz, es para reírte. Porque laburo con otro pibe, la vamos toqueteando con almohadones hasta que llegamos a los claroscuros que yo quiero…o sea, no usás luz, pero trabajás con lo que hay. Y después laburás con el fotómetro que te da la propia cámara.

Marina: Y acá además había un par de veladores muy chiquitos cuando está Luján con el nieto hablando, ¿no? Como una lámpara muy chiquita al costado del plano, un veladorcito, que es la única luz.

Perrone: Es la única luz, sí, pero es de noche. La luz ahí es como el grabador, es como la música.

Martín: Lo que pasa es que a mucha gente le quedó en la cabeza que cuando hacés cine en celuloide, si no tenés la iluminación justa revelás y ves todo negro.

Perrone: Pero vos sabés que es un error Martín, mirá, yo hice Zapada y Cinco pal pesoen 16 mm., y todos me decían “Bueno Perro ahora, mirá que esto…”. No, ahora vas a laburar como laburamos con el VHS, vos vas a laburar igual. En Zapada, que tiene una luz preciosa y es en blanco y negro, no usábamos luces. La escena de noche, que va toda en el auto, es con la luz de la calle. Hay que usar la austeridad cuando no tenés guita entendés, qué voy a iluminar la calle, era una boludez, ¡con lo que me sale eso me hago dos películas más! Y usé las luces de la calle, y es bellísimo. ¿En cambio la gente qué piensa? “Che, luces”. A mí una vez vinieron unos pibes a verme, cuando laburaba en El cronista comercial de dibujante, en el noventa. Les habían dado creo que treinta, cuarenta lucas para hacer un corto, y todo el tiempo hablaban de cómo gastar las cuarenta lucas, entonces yo me calenté, digo “¿Para qué me vinieron a ver a mí?, boludo, si yo laburo sin plata, yo lo que te voy a decir es que te ahorres las cuarenta lucas. La gente es muy estúpida.

Marina: ¿Cómo se llama tu próxima película? ¿Podés contarnos algo más?

Perrone: Sí, se llama Vivir no es más que eso. Tiene que ver con skaters de treinta años como te dije, es sorpresivo también, y estoy haciendo una cosa muy grossa con el tema del sonido que también es otra de mis obsesiones últimas. Porque hice tantas películas que si no les encuentro variantes… Tenés que ir motivándote a hacer cosas, a descubrir cosas porque todavía no está todo dicho.

Las fotos que ilustran esta nota pertenecen a la película Al final la vida sigue, igual y el video que la cierra es un homenaje a Galván hecho por Raúl Perrone.


Raúl Perrone agradece al público y la prensa...

Fotos de prensa

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Sergio Wolf y Raúl Perrone en el Centro Cultural Rojas - Marzo de 2008.

Sergio Wolf  y Raúl Perrone en el Centro Cultural Rojas - Marzo de 2008.

Expo de Fotos en el Centro Cultural Rojas - Marzo de 2008

Expo de Fotos en el Centro Cultural Rojas - Marzo de 2008

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Raúl Perrone







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