El cine independiente / Raúl Perrone


¿Qué puedo decir sobre el cine independiente que no se haya dicho? Recuerdo que me gustaba leer en diarios y revistas la palabra “indie”. Sentía que quería hacer películas con el mismo espíritu que los músicos que hacían rock en un garage...

Hoy, unos catorce años después, me causa un poco de gracia leer que hablen de algunas películas diciendo que son “ independientes”, cualquiera dice que hace cine independiente y no tiene el mismo valor que antes, Son rótulos que se ponen, como “cine de culto”, el Dogma o la estupidez del momento. Son pretextos para poder escribir y hacer notas, pero el chiste se agota y al final no quiere decir nada. La palabra “independiente” está absolutamente vapuleada y no sé si siquiera genera respeto. En definitiva, creo que uno tiene que hacer lo que tiene ganas y la independencia es eso, hacer lo que uno tiene ganas, lo que uno quiere y puede sin limitaciones. El resto es marketing.

Muchos dicen que hacen cine independiente y lo hacen con un montón de plata, ¿entonces cuál es el límite? Porque la independencia a esta altura del partido no tiene nada que ver la plata., La independencia esta en la cabeza,esta en uno.

Hacer cine independiente ha cambiado mucho. Está muy bien que la tecnología vaya derribando mitos, aunque algunos se dieron cuenta un poco tarde. Pero bienvenidos todos al paraiso digital, (ja) al del video

... además, en definitiva, ¡la gente no sabe lo que es el cine independiente! Uno no le pregunta al vecino si vio algo de cine independiente. La gente no habla en esos términos, como los cinéfilos,criticos o intelectuales. La gente habla de películas buenas, o malas, y punto.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Tiempo Argentino

De dibujante a creador de una forma diferente de hacer cine
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Por María Iribarren

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Fue caricaturista. Hoy, lleva filmadas más de 30 películas que cabalgan entre el documental y la ficción, no recurren a actores profesionales, no se estrenan en salas convencionales y exigen un espectador laborioso y abierto.

Lápices, cámaras fotográficas, cámaras de video son los instrumentos que eligió Raúl Perrone para labrar historias. Desparramadas en libros y en las páginas del “primer” Tiempo argentino, sus caricaturas le aplicaron cirugía de grafito a una generación de políticos, músicos y artistas. Luego, salió a filmar las calles, los cielos y las gentes de Ituzaingó con una cámara de video al hombro, como diez años antes lo había hecho con la Super-8. Entonces ocurrió que, cuando el enunciado “nuevo cine argentino” todavía no significaba nada, Perrone montaba su zona de influencia sentando las bases de una estética inédita.
A contramano del establishment (no pide créditos al Incaa, no estrena en salas comerciales, no viaja a festivales, no da entrevistas por mail, no sale de Ituzaingó) “el Perro” es un realizador insoslayable en la filmografía nacional. Desde los primeros cortos, sus películas pusieron en discusión la teoría del género, borroneando los límites entre la ficción y el documental. Antes que ningún otro, Perrone “entrenó” actores no profesionales. Como pocos, sus filmes piden un espectador laborioso y con la mirada limpia. Reclaman un espacio de exhibición no convencional. A cambio, ofrecen una experiencia visual de larga duración y efectos colaterales.
Con casi 30 películas a cuestas, Raúl Perrone está preparando la edición de una nueva trilogía. “El tres es un número que me gusta. Hay una trilogía editada que es la “mitológica”, que incluye Labios de churrasco, Graciadió, 5 pal’ peso. Después tengo una trilogía sobre japoneses (Tardes de primavera, Tardes de verano y Canadá). También tengo armada la de Galván con Late corazón, La mecha y La navidad de Ofelia y Galván. Ahora estoy trabajando en lo que se llama Tríptico porque quiero diferenciarlo de los tríos anteriores. El tríptico tiene más que ver con la pintura y con lo que pienso de un estado de situación. Dejar un documento, que es lo que siempre trato de hacer, desde una misma estética modificada no sólo por la temática sino por la cosa pictórica”.
Tríptico estará conformado por Los actos cotidianos (presentada en el Bafici 2010), Luján y Al final la vida sigue igual (todavía en rodaje). Las tres exhiben un atrevimiento plástico desmedido, una radicalización en el uso de la luz y el sonido, una reflexión mayor sobre la soledad y las rutinas existenciales. “Una de las cosas que me están preocupando desde Canadá es el tema del sonido. Para Luján, me compré un aparatito de juguete y hago los ruidos. Armé un vecindario con esos ruidos. Es como el de El Chavo: una vecindad. Todo está atravesado por esa música que se podría cruzar de una película a otra. No hay un exterior de asfalto ni de colectivos. Y todo transcurre ahí: en una manzana en la que pueden convivir absolutamente todos. En Luján todo el tiempo hay ruidos de gente laburando, chicos que lloran… Como no uso música, la musicalidad la doy con el ambiente”.

–En tus últimas películas, sólo trabajás con actores no profesionales y las historias transcurren en interiores. ¿Por qué las pensaste así?
–No las pienso: las hago. Siempre parto de pequeñas cosas. No tengo un guión preconcebido. Dejo que me fluya. Después sí, cuando la empiezo a montar, la voy encontrando. Pero no voy con una estructura. Voy, filmo y me caliento como una chica de veinte años. Llego a mi casa, veo las imágenes y digo “¡Guau! Mirá la luz en la cara de este tipo!” Me quiero enamorar de lo que estoy haciendo. Con Los actos cotidianos me pasó lo mismo. Y con la última también me está pasando. Con Al final la vida sigue igual, decidí volver a la casa de Galván, a ver qué onda… ¡Ese barrio me inspira! Siempre pienso que es la última película y es como una naranja que no termino de exprimir. Siempre tiene jugo…
–Es extraño lo que contás, no es frecuente que un director de cine hable de inspiración.
–Yo funciono de esa manera. A mí me han inspirado fotos, me han inspirado mis propias películas. Yo creo que, a esta altura del partido, soy mi propio referente. Te lo digo con mucha humildad. Es como dijo Herzog: soy mis propias películas. Ahí está todo. Tengo la honestidad de poder mostrar un mundo que frecuento. Yo lo visto y lo pinto, pero hablo de lo que sé. Y los pongo a todos en situaciones... Por ejemplo, pongo a dos hermanas a conversar y lograr esa hermosa escena de dos mujeres, en penumbras, hablando de la madre a la que van a visitar al geriátrico, que ya no reconoce ni a las hijas. No sé si mucha gente puede lograr eso. Porque ahí, me vuelvo una persona invisible. Y eso está. No es que lo hablan como el culo. ¡Lo hablan y lo actúan! Pasan de ser personas a personajes. Y es lo más bello de todo esto.
– ¿Y vos dónde te quedás?
–Estoy ahí, marcándoles todo. Yo soy un titiritero por señas. Ninguno se da vuelta. Yo les enseño a ver por los costados, sin torcer la cabeza. Ellos entienden mejor que la gente preparada. Además, hay determinados temas que si no se tiene la capacidad de improvisar como tiene esta gente, se van a la mierda. Tienen que decir lo justo. Y para mí lo justo está marcado: ustedes tienen que hablar de esto, tienen que ir por acá, y acá terminan. ¡Esto es toma única! No repito tomas. También tengo que tener ciertos cuidados porque son muy susceptibles. Y hay pibitos con los que hay que tener mucha onda porque no se entregan así no más. Tenés que convertirte en uno más de ellos y tenés que ganar su confianza. Yo estoy ahí horas y horas, conversando.

La charla con Perrone tiene lugar en un bar de la estación Ituzaingó. Antes que eso, en el microcine de su casa, me mostró Luján, su último largometraje recién montado, y unos avances de Y al final la vida sigue igual. Dos películas en las que, la luz y el sonido le disputan su protagonismo a los actores. Personas vueltas personajes, a los que Perrone les talló el rostro con su cámara fija. Les inventó un barrio personal en el que se habla la lengua del cine.

–En Ocho años después filmaste un plano secuencia de 25 minutos, siguiendo a los protagonistas por las calles de Ituzaingó. En las películas de Tríptico los personajes están quietos en espacios privados. ¿A qué se debe el pasaje?
–Creo que las películas tienen que encontrar una manera de ser contadas y un tono. No podría haber hecho Ocho años después de otro modo. Fue concebida así: en exteriores y hablando, contra mis fobias. Después vino toda una etapa medio zen, con los japoneses. Películas que, a pesar de haber exteriores, eran muy tranquilas. Y yo empecé a sentir cierta tranquilidad también. Lo de ahora, ya ocurría en Late corazón o En la navidad. Quizás sea yo, inconscientemente. Porque no salgo. Hago muy pocos traslados. Me gusta mucho, sobre todo, la intimidad que estoy logrando. Lo que se está hablando en las películas. A partir de Luján, hubo un gran cambio. Me propuse devolverle a la palabra el valor que perdió. Trato de que la gente se escuche, de que no hablen uno sobre el otro. Me gustan esas pausas hermosas que hace Luján. Pero me gusta recrear eso porque en la vida no son así. Porque si fueran así no habría emoción auténtica de parte mía. A mí me encanta la conversación que tiene el viejo con el nieto. O con la hija cuando le dice “Yo ya no soy ni la mitad de lo que era. Ahora soy un viejo gruñón”. Me emociona profundamente escuchar todo eso. Son como pequeños relatos. Pero ojo, porque los relatos, en mis películas, están desde que empecé a hacer cine. Siempre hay alguien que le cuenta algo al otro ¿no? Me gusta mucho que me cuenten cosas.
– ¿Guionás los parlamentos?
–Muchas veces sí. En este tríptico escribí, de puño y letra, con garabatos, cómo fue concebida cada película. También cuento mi manera de laburar: yo voy, me junto con la gente y nos ponemos a hablar. Con la gente hablo lo que no hablo en mi casa. Tengo una manera de ser que me puedo adecuar tanto a un empresario como a un pibe. Les hablo como ellos. Entonces logro esa empatía que necesito. Hay una cosa que pasa que, cuando a mí me cuentan algo, se ve que me queda en el inconsciente, y lo sigo laburando. Al tiempo, lo que recuerdo no es lo que me contaron. Es otra cosa que, seguramente, inventé. Entonces, cuando los vuelvo a ver, les doy mi versión. Parece complicado pero es hermoso. Y termina siendo una cosa que es casi guionada.
–Tu forma de rodar da como resultado películas que se balancean entre el documental y la ficción. ¿Qué es para vos el cine?
–¡No tengo la menor idea! De verdad, no sé qué es el cine. Ni quiero intelectualizar sobre eso. Cuando veo que todo es tan difícil en el sentido de que las películas siempre cuentan con el bautismo del Bafici, pero después cuesta tanto estrenarlas. Por eso inventé esto del tríptico, para mostrar tres películas juntas, porque ya no quiero estrenar de una manera convencional. Si nunca me interesó, ahora menos. Creo que mis películas deberían ir a los museos. Deberían ir a lugares que las quieran pasar. Como cuando empecé, en los 90. No quiero ir a un estreno, no tiene ningún sentido. Yo creo que estoy haciendo películas para futuras retrospectivas. Lo que pasa es que nunca serán retrospectivas completas porque siempre voy a hacer una más. También siempre digo que esto es lo último que voy a hacer.
– ¿Por qué seguís?
–Porque soy un enamorado de la belleza, y la belleza para mí son las imágenes.
– ¿Entonces el cine es la belleza de las imágenes?
– Te armo la ecuación: la belleza de las imágenes, contar historias que nadie cuenta, poner personajes que sean absolutamente reales y creíbles, bucear en el alma de la gente como hacía cuando dibujaba. Bucear significa encontrar un estado de ánimo. Cuando dibujaba, hacía caricaturas y en los ojos vos sabías si ese tipo la estaba pasando bien o la estaba pasando mal. No sé cómo carajo lo hacía. Pero empezaba a dibujar por los ojos. Y la verdad es que todo eso, para mí, tiene que ver con el cine.


Raúl Perrone agradece al público y la prensa...

Fotos de prensa

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Sergio Wolf y Raúl Perrone en el Centro Cultural Rojas - Marzo de 2008.

Sergio Wolf  y Raúl Perrone en el Centro Cultural Rojas - Marzo de 2008.

Expo de Fotos en el Centro Cultural Rojas - Marzo de 2008

Expo de Fotos en el Centro Cultural Rojas - Marzo de 2008

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La trilogia (Disponible en DVD)

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Labios de churrasco - Graciadió - 5 pal' peso