Los actos cotidianos (Raúl Perrone, 2010)
por Alfonso Camacho
De otra parte Raúl Perrone, que no sabe qué es un escudo o un yermo, que no busca siquiera un cobijo donde resguardarse. Los actos cotidianos transcurre dentro de una casa, y sin embargo nos sentimos expuestos a la intemperie: esto no deja de ser significativo en cuanto que el dibujo de Perrone es una desaparición: relaciones incorpóreas, contigüidades separadas, paredes y techos intangibles. Imagen desaturada, cruda, desabrida, disyuntiva, que persigue el enigma y desprecia el alarde. Lo que cuenta es lo que no tiene, y entonces surgirán tormentas de radiaciones de teléfonos móviles y antenas televisivas, fuerzas espectrales que deambularán vacilantes, temerosas, inseguras, despojadas de su patriarca (el mismo Perrone careció de mentor alguno que le instruyera en el descubrimiento de nuevos pigmentos o lo convenciera de abandonar el taller para salir al exterior; no obstante se instruyó solo: fue único patrón de sus barcos, se convirtió en enemigo del maquillaje, en defensor acérrimo de las puertas abiertas en el set). Perrone avanza paso a paso, deshace a veces lo andado y retoma el camino, no aplana porque ama los relieves, las oquedades, el tropiezo, la tachadura. Se me podría reprochar, por aquello de combatir la añagaza de la palabra, que no es la primera vez que Perrone filma la marginalidad —incluso ya lo hizo en la misma casa, incluso los protagonistas de Los actos cotidianos ya participaron en otras de sus películas—; hasta podría aceptar que se advierte la experiencia de un cineasta que hizo del riesgo un hábito, la solvencia del viejo artesano especializado en un distinto que, a base de labranza, ya no le es tan ajeno. Y bien: ¿no residiría aquí su virtuosismo, en darnos a ver al otro las veces que haga falta —y todas serían pocas—, en relacionarnos con él cada vez más intensa, profunda, profusa, cinematográficamente? Pero la otredad de Perrone que me interesa (que me conmueve, que me apasiona) no se define por hacer de su objeto «lo marginal», sino en que cada retrato es nuevo: nuevo afrontamiento, nuevos personajes, nuevas tonalidades, nueva imagen.
Hay en Los actos cotidianos una experiencia de la visión que surge del compromiso (entrega absoluta, revelación del riesgo, «caza» de Perrone) y deviene en atracción (sin apelar a la imagen bella), obrada por alguien que podría hacer suyas las palabras de Lévi-Strauss, un cineasta que nunca filmó, pero que recetó valiosos remedios para nuestro ojo enfermo: «Todo lo que percibo me hiere, y me reprocho sin cesar por no haber sabido mirar lo suficiente».
1 comentario:
muy buena la nota, describen muy bien las sensaciones que se plasman en la pelicula...
un pelicula que te atraviesa, como la realidad y su crudeza. Solo hay que saber verlo, y querer verlo.
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